Comentario
En la perspectiva de la Historia Económica latinoamericana más tradicional, 1930 fue una especie de hito fundacional para la industrialización del continente. A tal punto que se habla del antes y el después de la crisis. Mientras el antes estaba marcado por el predominio de las economías exportadoras, el después se colocaría bajo el signo de la industrialización y de la expansión del mercado interno, gracias a la implantación de políticas claramente autárquicas. También se ha dicho que los países latinoamericanos pudieron actuar razonablemente bien durante la depresión; aunque una parte de estas interpretaciones data de finales de los años 50 y principios de los 60, cuando todavía no se había materializado el fracaso de la industrialización por sustitución de importaciones. La visión más audaz es la de Gunder Frank, quien sostuvo, en contra de los postulados neoclásicos, que la periferia se industrializa y crece cuando el centro es débil e incapaz de mantener su dominación colonial.
Esta opinión debe, sin embargo, ser bastante matizada. Si se observa el panorama de una forma más detallada se ve que los países que más rápidamente comenzaron a transitar por el camino de la industrialización sustitutiva fueron aquellos que más habían crecido en los años anteriores a la crisis y que ya habían comenzado a diversificar sus economías desde principios de siglo o desde la Primera Guerra Mundial. Aquellos que ya tenían un mercado interno, que ya tenían industrias y que ya tenían empresarios, técnicos y trabajadores entrenados fueron los primeros en industrializarse después de los años 30. La contracción en las importaciones, especialmente en lo referente a artículos de consumo, obligó a desempolvar una receta utilizada en numerosos países durante la Primera Guerra Mundial, de modo que las industrias y los talleres locales comenzaron a producir aquellos productos manufacturados que hasta entonces se importaban.
Gracias al impulso recibido en las décadas de 1930 y de 1940, la industrialización avanzó sensiblemente en la producción de bienes de consumo final: alimentos y bebidas, textiles, calzado, electrodomésticos, bicicletas y motocicletas, armado de automóviles, algunos productos químicos y farmacéuticos, etc. Sin embargo, en la medida en que se fue profundizando en la industrialización sustitutiva la dependencia de las importaciones extranjeras no cesó sino que se modificó. Si antes se importaban los artículos listos para consumir, con la industrialización hubo que importar materias primas, insumos y maquinaria con los que poder fabricar lo que antes se compraba fuera. Esta situación, sumada a la disminución casi generalizada en las exportaciones tradicionales, fue la causa de constantes crisis en la balanza de pagos.
Pese a las enormes expectativas depositadas al respecto, la industrialización no terminó ni con las desigualdades ni con los desequilibrios existentes en América Latina. Muy por el contrario, tendió a profundizar muchos de los problemas vigentes. Por un lado, todo crecimiento es causa de nuevos desequilibrios. Por el otro, y en contra de lo que se argumentaba, en la medida en que la industrialización iba a descansar sobre la autarquía y el proteccionismo, el exceso de subsidios al sector terciario iba a dificultar cualquier posibilidad de lograr un crecimiento armónico.
La popularidad de la industria se debió al gran empuje que tuvo en la recuperación de la crisis. En muchos países latinoamericanos, como Argentina, Brasil o México, el sector industrial fue el que más creció y aportó al PIB durante la década de 1930. Mientras en los países más desarrollados de Europa y en los Estados Unidos la crisis fue un fenómeno que afectó básicamente al sector industrial, esto no ocurrió en América Latina, donde en algunos de ellos el sector industrial estaba en mejor situación que la economía global para ponerse a la cabeza de la recuperación.
A las políticas autárquicas se llegaría como consecuencia de la contracción pavorosa ocurrida en el comercio y en los flujos financieros internacionales. La caída de la demanda derrumbó los precios de los productos de exportación y la interrupción en la llegada de dinero fresco provocó la suspensión de muchos proyectos en marcha, especialmente la construcción de obras públicas, ante la falta de financiación externa. La mayor parte de los países declaró la interrupción en el pago del servicio de sus deudas externas, ya que las finanzas estatales se vieron perjudicadas por la caída en la recaudación fiscal, ante la disminución de las exportaciones, y como consecuencia de ello de las importaciones. La única excepción fue la Argentina, que decidió seguir pagando a fin de mantener el crédito internacional. Todo lo dicho redundó en una menor recaudación de impuestos aduaneros, que hasta entonces eran la principal fuente de ingresos públicos en la mayoría de los países latinoamericanos. Esta tendencia se aceleró durante la Primera Guerra Mundial y especialmente a partir de la década de 1930. Fenómenos similares han ocurrido en los restantes países latinoamericanos.
La caída del sistema financiero internacional también supuso la interrupción en la llegada de una de las principales fuentes de capital, tanto público como privado, que financiaban actividades productivas en América Latina. Es obvio, por un lado, que había una parte de esos capitales que se destinaba a la especulación, y también que junto a los flujos externos el capital interno jugó un papel importante, mucho más del que tradicionalmente se le ha otorgado. En este sentido suele ser frecuente oír hablar del papel de la deuda externa en las distintas economías latinoamericanas, pero se dice muy poco del endeudamiento interno y del papel clave que éste tenía para las finanzas estatales, en algunas oportunidades mucho más que el internacional.
Hay que tener en cuenta que el último era mucho más sensible a las oscilaciones en la coyuntura internacional y que los gobiernos tenían múltiples recursos para financiarse con los capitales internos, entre otros la inflación.
La caída en las exportaciones tuvo consecuencias funestas para todas las economías. Ya se mencionó la menor recaudación en los impuestos aduaneros y la menor capacidad de importar, pero junto a ellas había otras, como el establecer prioridades sobre los productos importados que se convirtió en una actividad importante del Estado. Para ello se establecieron cuotas de importación y aranceles selectivos para grupos determinados de productos que tenían por objeto facilitar la importación de determinados artículos y disuadir la adquisición de otros ante el aumento desmesurado de su precio en el mercado interno. También se fijaron precios máximos para muchos productos y se establecieron cupos máximos de producción, con el fin de evitar que los precios de las exportaciones siguieran cayendo como consecuencia de la sobreproducción.
De este modo surgieron Juntas Reguladoras en numerosos países, dedicadas a vigilar la producción, y en su caso la exportación, de los más diversos productos. En muchos casos los sobrantes producidos eran simplemente destruidos en vez de almacenados como en el pasado, tal como había ocurrido con el café brasileño que se utilizó como combustible para impulsar locomotoras después de la crisis del 30. También surgieron entidades del tipo de la Corporación Chilena de Fomento (CORFO), que trataba de canalizar el crédito público hacia actividades productivas, especialmente vinculadas a la actividad industrial.
Otro campo de actuación fue el de las políticas monetarias, antaño más o menos vinculadas a la ortodoxia del patrón oro. En los frecuentes períodos de desenganche y de inconvertibilidad de la moneda que habían caracterizado a la historia monetaria latinoamericana, lo frecuente era el aumento de la emisión y la financiación mediante inflación de las actividades del Estado. A partir de este momento las medidas monetarias en materia de política económica serían mucho más amplias y diversas: fijación de distintos tipos de cambios, necesidad de contar con autorización para la adquisición y venta de divisas, etc. Por este camino la política monetaria se convertiría en un eficaz método de asignación de recursos.
Para mejorar la gestión en lo referente a las políticas monetarias y al control de la emisión de dinero se crearon Bancos Centrales en numerosos países. En buena parte de las repúblicas andinas los bancos que se crearon siguieron el modelo de la Reserva Federal estadounidense, bajo el influjo de las Misiones Kemmerer, que habían recorrido las principales capitales de la región, con sus paquetes de medidas y consejos. En otros, como Argentina, el modelo británico seguía pesando, y el Banco Central resultante se creó de acuerdo con esas pautas.
Si bien, como ya se ha señalado, la crisis afectó a todos los países latinoamericanos, su actuación ante la crisis fue dispar. En principio, y siguiendo con la clasificación de Díaz-Alejandro, se puede distinguir entre países grandes y activos y países pequeños y pasivos. El tamaño de su economía y la capacidad de los gobiernos para imponer políticas económicas autónomas que permitieran salir de la crisis lo más rápidamente posible fueron decisivos, junto con el mantenimiento de la estructura exportadora de cada país. La fecha del comienzo de la recuperación dependió también de esta situación. Países como Argentina o Brasil se pueden encuadrar claramente dentro de los países grandes y activos, ya que sus gobiernos disponían de la autonomía necesaria como para imponer las políticas económicas que estimaran más convenientes a sus propios intereses. En el extremo contrario encontramos a los países centroamericanos y a Cuba. Este último país estaba totalmente vinculado a la evolución del dólar, moneda de curso legal en la isla, lo que limitaba totalmente la posibilidad de su gobierno de arbitrar políticas monetarias anticíclicas que permitieran combatir mejor los efectos de la depresión.